
En cualquier caso, siempre es mejor que Fulano no adore al Sol y a la Luna. Si lo hace, tendrá la tendencia de imitarlos y de decir que, puesto que el Sol quema vivos a los insectos, él también puede hacerlo. Creerá que, como el Sol produce insolaciones, él puede contagiarle el sarampión a su vecino. Pensará que, como la Luna vuelve loca a la gente, él puede volver loca a su mujer. Esa faceta desagradable del optimismo meramente externo también se dejó ver en el mundo antiguo. Más o menos en la misma época en que el idealismo estoico había empezado a mostrar las debilidades del pesimismo, el viejo culto a la Naturaleza de los antiguos había empezado a mostrar las debilidades del optimismo. El culto a la Naturaleza es muy natural cuando la sociedad es joven, o, dicho en otras palabras, el panteísmo está bien mientras consista en la adoración al dios Pan, pero la Naturaleza tiene otra faceta que la experiencia y el pecado no tardan en descubrir, y no es exagerado decir que el dios Pan no tardó en mostrar su pezuña hendida. La única objeción que puede hacerse a la religión natural es que siempre acaba resultando antinatural. Uno ama a la Naturaleza por la mañana por su inocencia y amabilidad, y al caer la noche, si sigue amándola, es por su oscuridad y su crueldad. Al amanecer se baña en agua clara, como hacía el sabio de los estoicos, y, sin embargo, al acabar el día, se baña en sangre caliente de toro, igual que Juliano el Apóstata. La mera persecución de la salud siempre conduce a algo poco saludable. La naturaleza física no debe convertirse en objeto directo de obediencia; debemos disfrutarla, no adorarla. No hay que tomarse en serio las montañas y las estrellas, pues de lo contrario acabaremos donde acabó el culto pagano a la Naturaleza. Precisamente porque la sexualidad es cuerda puede hacernos enloquecer. El mero optimismo ha alcanzado su fin adecuado y demencial. La teoría de que todo era bueno se ha convertido en una orgía de todo lo que era malo.